¿Realmente, hemos venido a este mundo a sufrir?
Te cuento algo que me ocurrió una vez con 20 años. Estaba reunido con mis amigos y yo no paraba de quejarme. Me quejaba de lo que estaba pasando, de mi situación, del entorno, de los políticos, de la vida, me quejaba de todo…
Uno de ellos se acercó a mí, me miró y me dijo
con condescendencia y dándome una palmadita en la espalda: “Tranquilo hemos
venido a este mundo a sufrir”.
Ayer mismo, en una formación que tuve por la
tarde, visualicé ese momento de mi pasado. (Menudo anclaje). Hubo en mí un
momento de catarsis mientras recordaba lo acontecido ese día.
Un clic que me hizo sonreír al revivir esa
situación desde la perspectiva de hoy. Me ayudó el verla desde la posición del
observador, del que me observa y observa al otro, a mi amigo e interlocutor
desde una tercera persona, desde otro ángulo. Observándonos a los dos al mismo
tiempo.
Ver donde estaba, como era el momento, que
sentía, que había alrededor, mis reacciones, mi condescendencia conmigo y con
él. La comprensión del momento y la empatía que pedía y que necesitaba. La
necesidad de que me dieran la razón por un momento, para sentirme bien y luego
¡Zas! toma anclaje de por vida…
Profundizando un poco más, fue una afirmación
fruto de la propia experiencia, de los aprendizajes de nuestros círculos más
cercanos, sociales, familiares, padres, abuelos…
Esas mochilas son las que vamos porteando en el
camino de nuestra vida. Nuestro principal trabajo es parar, observar, vernos,
reconocernos y limitar esos anclajes perniciosos para eliminarlos de nuestro vocabulario
interno y externo para con los demás. Dominar a esa vocecita interior que a
veces quiere engañar a nuestro subconsciente y que sin pensarlo hace que
emitamos un mensaje que en ningún caso hemos valorado. No hemos valorado como
lo recibirá el otro. Porque el otro es otro. Con sus mochilas y anclajes
propios. Son las raíces, las ramas y los frutos que componen su vida, su
existencia y son fruto (valga la redundancia) de su experiencia. No son las
tuyas, son las suyas.
Se trata del efecto denominado “efecto mariposa”.
El fruto de una acción inesperada, de un comentario o de una conversación puede
llevarte a obtener unos u otros resultados. Todo ello se reflejará en la
actitud que tomes frente a esa situación. Tu constancia, tu motivación, tus
capacidades, tus conocimientos, tus ganas de crecer con ello y evolucionar.
Disfrutando del camino.
Porque todos podemos ser mariposas. Todos
podemos transformarnos y volar. Feliz día.
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